Juan de la Cruz en Toledo

Con qué atención aguardo
a que la aurora vuelva
a remontar los muros
de esta ciudad que me confina,

aunque la luz apenas
si alcanzará a teñir
el umbral de mi celda.

Me basta con que roce
las huellas que dejaron
mis pies sobre las hierbas
y el cieno del camino.

Basta así. Se renueva
con esta insinuación
la llama donde tiemblan mis recuerdos
que no me reconocen prisonero.

Mirad, mirad
este temprano asombro:
la voz del ruiseñor
saluda al alba.

Describe la calandria
el resurgir del sol.
Estamos juntos, juntos.

Qué más quiero del día
que presentir su entrada
para saberlo adentro,
iluminándome:

heraldos de la luz
se avienen tenues
y me palpan el hábito
con timidez de niños.

Cuánta delicadeza.
Y qué sediento acojo
lo que infinitas veces
derroché con desdén.

Hasta el sonido vano de la araña
que teje su añagaza
me ofrece de la luz
el agua pura.

Así me aboco y bebo.

De lluvias y de pozos,
de la humedad del alba,
lleno la fuente de mis lágrimas
y no me sacio nunca.

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