Canto al hijo

Está la cueva llena de mi olor,
el río corre lleno de mis huellas,
la escarcha, con mis fríos,
y en todos los romances
viví un poco.

Pero sigo viniendo.

No desesperes
ni tampoco me busques
pues no sigo los cursos predecibles.

Como si ya estuviera,
de pronto estoy aquí,
enredado en olores,
más sutil que la nube
y que la brizna.

Si te dejan
pensarme tus tareas,
es fácil que te digas:

Está cambiando el viento.

Acción de gracias

Escucho el irse el día
sereno hacia el confín
después de haberme concedido calma,

sueños y despedidas,
edad de tener hijos,
de dejarme llevar por la amistad.

Qué pequeños milagros
de memoria se apagan.

El niño en fuga

El niño, qué alce bello
cuando mira la tarde
tremendamente a salvo
de toda posesión
de toda turbiedad.

Mientras yo me debato,
escribo, pienso, espero,
el niño está mirando.

Yo soy una creación de su mirada
que desconoce el miedo.

Limpian sus ojos,
con mirar, lo que miran,
evitan que me pierda
en cosas irreales.

¿Cómo seré
por dentro de este niño
cuando no le hago caso
sino apenas de oídas?

Mastica hasta un papel,
y viene y va y vuelve,
cada vez más ajeno
conforme más me mira.

Él no lo sabe, yo
no me doy cuenta,
pero la tarde corre
y cada instante ya es irreparable.

Se va la tarde,
escapa, escapa en vuelo,
en alas de sus ojos
de fiera inofensiva.

Por el pasillo corren
la tarde y mi alce bello,
ligeros y benignos
como una tempestad.

Comunión

Cristalinas veredas tiene el cuerpo,
tibias, asustadizas,
igual que animalillos alertados
porque cruje una rama.

Por eso, acércate.
Que se cierren los ojos.
Que emprendan el desuso
de lo que es infinito en la unidad:

que hable el tacto,
la luna entre las yemas,
mi amor, cerca del todo,
a la menor distancia.

Juan de la Cruz en Toledo

Con qué atención aguardo
a que la aurora vuelva
a remontar los muros
de esta ciudad que me confina,

aunque la luz apenas
si alcanzará a teñir
el umbral de mi celda.

Me basta con que roce
las huellas que dejaron
mis pies sobre las hierbas
y el cieno del camino.

Basta así. Se renueva
con esta insinuación
la llama donde tiemblan mis recuerdos
que no me reconocen prisonero.

Mirad, mirad
este temprano asombro:
la voz del ruiseñor
saluda al alba.

Describe la calandria
el resurgir del sol.
Estamos juntos, juntos.

Qué más quiero del día
que presentir su entrada
para saberlo adentro,
iluminándome:

heraldos de la luz
se avienen tenues
y me palpan el hábito
con timidez de niños.

Cuánta delicadeza.
Y qué sediento acojo
lo que infinitas veces
derroché con desdén.

Hasta el sonido vano de la araña
que teje su añagaza
me ofrece de la luz
el agua pura.

Así me aboco y bebo.

De lluvias y de pozos,
de la humedad del alba,
lleno la fuente de mis lágrimas
y no me sacio nunca.

Erosión

El tiempo mina
las cosas sin tocarlas
tan solo con el polvo
que tiende sobre ellas,
en su siembra lentísima.

Mucho antes, nos basta con mirar
para otro lado
para, al volver, hallar
que nuestra huella está desdibujada
por huellas más recientes:

el rojo oxígeno del aire,
la luz y su fatiga,
los pequeños insectos,
cómplices del olvido,

más importantes son
que nuestra herencia
pues solo con vivir
la van borrando

Desde el piso catorce

Se  me lleva los ojos
el redondo horizonte,
la tierra que desmaya
hasta extinguirse.

Y aunque a mi alrededor
trepide la ciudad,
me llame, ruja, escarbe,
aunque me zarandee,

no existe

porque el cielo está azul,
es mediodía, el aire
que fluye en mis pulmones
es luz pura y helada

venida de muy lejos,
de allí de donde intentan,
sin lograrlo,
mis ojos regresar